Lo imposible, solo tarda un poco más

jueves, 22 de marzo de 2012


Pensativa, mirada perdida, rostro apagado. Sus ojos parecían una noche cerrada, sin brillo alguno, sin estrellas alrededor, sin una luna que iluminase en su oscuridad. Su pelo, ligero, era como el propio viento, calmado; bailaba junto a él al mismo son, y, como si tuviese vida propia, ocultaba el rostro de la joven, acariciandolo con cada movimiento, como si supiese de la necesidad de su dueña.
Llovió. De nuevo lo que necesitaba. Bajó el rostro y dejó que sus ojos se dejasen llevar por la lluvia, los cuales se humedecían con cada gota que veía caer al suelo, estrellándose irremediablemente con éste, haciendo su llanto más ameno, más discreto.
Era un mal día. Mal día incluso para ellas, pensaba.
Sin previo aviso algo la hizo estremecerse, la tomó por la espalda. Sintió miedo al principio, apenas se movió. Levanto el rostro asustada, parecía que la lluvia había parado de repente, en seco, solo sus ojos se acordaban de ella, húmedos cual rocío matinal que poco a poco desaparecía con la cálida sensanción que ahora sentía por todo su cuerpo. Ya no tenía miedo. Cerró los ojos. Bajo su ondeante pelo bruno parecía dislumbrarse ahora una pequeña mueca, una pequeña sonrisa casi inapreciable, que solo él sabía distinguir entre cientos. La luz que iluminaba en su oscuridad.

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